Camino por la calle, esperando a que me llame, ansiosa por volver a oír su voz. Todo va mejor que nunca, vuelvo a ser la chica que era antes: sonriente, alegre, con unas buenas notas, estoy más unida a sus amigos que nunca, ya no tengo problemas para hablarles sobre mi vida. Y es todo gracias a que en el verano pasado, el que iba a ser el peor de mi vida, resultó ser el mejor. Y todo por haberme encontrado con él.
Oigo como algo en mi bolsillo vibra. Rápidamente lo saco y miro la pantalla, es él. Sin dudarlo ni un segundo le doy al botón de descolgar. Cada vez queda menos para verle, lo sé y lo siento.
-¿Hola?- dice esa voz que tanto añoraba. Llevo hablando con él prácticamente todo el año mediante al ordenador, pero volver a oírle me hace pensar que estoy más cerca de volver a verle.
-¿Lucas?
-¡Caro!- sólo él me llama así, aunque sea un diminutivo muy usado entre las Carolinas, nunca nadie me había calificado como “Caro”-. ¿Qué tal?
-Genial- respondo alegre, ya que puedo presumir de mis progresos-. Mis calificaciones han subido como la espuma, y me siento mejor que nunca.
-¿Y qué tal tus padres?
-Como siempre, pero me quieren, y eso es lo importante, ¿no?
-Veo que te acuerdas de mí, ¿eh?
-Sería imposible olvidarte. Prácticamente me salvaste la vida.
-No exageres.
-Bueno, y tampoco puedo olvidarte porque… te quiero- digo suavemente, aunque a la vez muy segura.
-Y yo a ti- se produce un peque silencio que apenas soporto, así que en seguida saco otro tema.
-¿Sabes qué? Estaba pensando en el verano pasado antes de que me llamaras- y entonces vuelvo a pensar en aquel verano. Pasaron miles de cosas, pero ninguna tan poco importante como para olvidarla.
-Fue un verano maravilloso.
-Pero… ¿sabes por qué fue tan maravilloso? Porque fue el verano en el que nos
conocimos.
-Porque fue el verano en el que no unimos.
Hace un año aproximadamente, en un pequeño pueblo costero.
Camino indecisa, insegura, sin saber hacia dónde voy. Sólo soy consciente de una cosa: estoy harta. Harta de que siempre pase lo mismo, de que cada pelea que tienen no estropee el día a mi hermana y a mí. Harta de ellos. Harta de todo.
Llevo los ojos rojos e hinchados por haber llorado hace poco. Por suerte las gafas de sol negras que llevo puestas tapan casi al completo la cara de dolor que tengo.
Por fin encuentro un sitio para aislarme del mundo: un callejón, sucio, pequeño, casi a prueba de gente.
Me siento apoyada a una pared y agarro mis rodillas con mi manos, encogiéndome, aunque no tengo frío alguno.
Me siento sola, triste, y creo que nadie se preocupa por mí. Si no, ¿estaría en este horroroso lugar llorando, sin nadie a mi lado? Supongo que no.
-Perdona… ¿necesitas ayuda?- me equivocaba, un chico rubio con los ojos verdes está preguntando por mí.
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